viernes, 30 de julio de 2010


Quisiera Ser un Caballo...

... O por lo menos parecerme a ellos en algunas áreas. Estos últimos días ha estado con nosotros una excelente domadora de caballos, Joanne Johnk, quien se dedica a este negocio principalmente porque le apasiona hacerlo.
Por diferentes razones, yo pude estar presente en muy pocos momentos, pero pude ver algunas de las sesiones en vídeo y he escuchado mucho de los principios y métodos que aplica con los caballos. ¡Es fascinante! Pero me ha conmovido mucho ver el parecido que hay en el trato de Dios con Sus hijos al enseñarnos algunas virtudes de la vida cristiana. Así que, como diría un famoso reportero español: “sin ánimo de ser exhaustivos,” veamos algunas de estas similitudes.


1. El respeto. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová (Proverbios 1:7).” En palabras de Joanne: “Si el caballo te respeta, puedes hacer cualquier cosa con él.” Lo mismo es cierto en la vida del hijo de Dios. Si temiéramos al Señor con ese respeto reverente que merecen Su nombre y Su persona, también es cierto que Dios podría hacer con nosotros cualquier cosa; estaríamos listos para obedecer cualquier orden, para dejar de hacer cualquier cosa que no fuera agradable para nuestro Señor. Estaríamos en una posición en la que la sabiduría de lo alto podría gobernar y dirigir nuestras vidas sin que lo sintiéramos como algo gravoso. Necesitamos aprender a temer a nuestro Dios, mostrarle el respeto que Él merece.


2. La humildad. “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes (Santiago 4:6).” En el picadero, Joanne se colocaba en el centro sujetando con una mano una vara larga con la que mostraba al caballo por dónde debía moverse; con la otra mano sujetaba una cuerda más larga que estaba atada a la brida del caballo. Si el caballo obedecía a la señal hecha con la vara, todo iba bien. Pero si no obedecía y se acercaba demasiado a Joanne, o sea, si ella lo llegaba a alcanzar con la vara, lo golpeaba con ella, porque estaba invadiendo su espacio. En sus propias palabras: “Si le puedo pegar (o sea, si está suficientemente cerca para que lo toque con la vara), le voy a pegar.” Al principio me pareció que esto no podría tener una aplicación espiritual porque siempre pienso en Dios deseando que nosotros nos acerquemos a Él. De hecho esa es una de Sus invitaciones para nosotros: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros,” nos dice Santiago 4:8. Pero también es verdad que a veces se nos olvida que debemos acercarnos a Dios en Sus propios términos. La razón por la que Joanne golpeaba al caballo si éste invadía su espacio, no era porque ella quería que el caballo huyera de ella o porque ella buscara un pretexto para poder desquitar cualquier frustración en contra del caballo, sino porque el caballo estaba intentando ocupar el lugar de ella, estaba intentando dominar la situación. ¿No es verdad que con mucha facilidad hacemos lo mismo con Dios? Intentamos gobernar nuestras propias vidas y, al hacerlo, invadimos el lugar que sólo a Dios le corresponde. Queremos ocupar Su lugar con soberbia, con arrogancia, con altivez, con orgullo. Dios odia estos pecados. Cuando alguien intenta acercarse a Dios según sus propias ideas o con soberbia, Dios lo resiste. Cuando nos acercamos a Dios debemos hacerlo con un corazón humilde, reconociendo que Él es Dios y nosotros solamente somos Sus criaturas.


3. La confianza. “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10).” Una de las primeras cosas que Joanne hizo con Polita, la más joven de las yeguas y que nunca había sido entrenada en lo más mínimo, fue atarle con una cuerda larga a la brida una botella de detergente vacía. Primero la dejó caer a un lado de Polita, esto era algo completamente nuevo para ella y, por lo tanto, le provocó muchísimo temor. Igual que la vez anterior, Joanne estaba en el centro del picadero sujetando a la yegua con una correa larga que estaba atada a su brida. La yegua saltó, pateó, se revolcó e incluso, si hubiera podido, habría salido volando para poder librarse de su tormento. Joanne estaba muy tranquila. Después de un rato de luchar, Polita se dio cuenta de que no tenía ninguna razón para tener miedo. La razón por la cual Joanne hizo esto era para entrenar al caballo a estar tranquilo o a responder con calma ante situaciones que le causan miedo. ¡Cómo me conmovió pensar que en cierta forma Dios obra así con nosotros! Cuando sabe que algo nos da miedo, no necesariamente nos libra de aquello que nos turba, sin embargo nos ayuda para enfrentar la situación. La clave: No podemos perder de vista a nuestro Señor. Cuando le damos la espalda intentando librarnos a nosotros mismos, dejamos de verlo a Él y sólo ponemos atención a nuestro problema. Sin embargo cuando lo vemos a Él, nos damos cuenta de varias cosas: Él está a mi lado, y no ha soltado la cuerda, Él no está alterado y puede darme la gracia que necesito para el momento.


4. El consuelo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil, para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).” Los caballos son animales que quieren agradar (la mayoría), y buscan el reconocimiento de su amo; de hecho Joanne comentó que les encantan el público y los aplausos. Pero me llamó mucho la atención ver que el instrumento que ella usaba para golpear y corregir a los caballos era el mismo que usaba para acariciarlos o rascar su cabeza o lomo cuando hacían algo bien. Dios hace lo mismo. El instrumento que usa para “enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”, es el mismo del que David pudo decir: “tus testimonios son mis delicias y mis consejeros... me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado... ella (Tu Palabra) es mi consuelo en mi aflicción... mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata... tu ley es mi delicia... ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca (Salmo 119).” No debería extrañarnos. Lo que pasa es que en nuestras mentes muchas veces el castigo es una manera de desquitar nuestro enojo o frustración por algo que alguien ha hecho mal o en contra de nosotros y queremos demostrar que nos ha molestado el asunto. Cuando, según la enseñanza de la Palabra de Dios, la razón por la cual Dios nos castiga o corrige es para hacernos volver a la comunión con Él, es para restaurar nuestra relación con Él. ¿Qué mejor instrumento que Su Palabra, que puede corregirnos y consolarnos a la vez?


5. La libertad. “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud (Gálatas 5:1).” Uno de los caballos que entrenó Joanne en estos días era anteriormente miembro del ejército español. Había sido entrenado a obedecer con malos tratos, con el dolor que provoca el freno dentro de la boca del animal, y tenía que ir con las riendas muy tensas. En pocas palabras, el caballo obedecía como respuesta al intenso dolor que se le aplicaba. Por esta razón, no era un caballo fácil de dirigir y controlar. Joanne le enseñó a obedecer por gusto. Ella llevaba las riendas completamente sueltas y sólo hacía un suave movimiento de un dedo sobre la rienda a la derecha o a la izquierda para que el caballo girara en la dirección que ella le indicaba. Alguien dijo: “La idea es que al caballo le resulte un placer hacer lo que se le pide.” Después de entrenar al caballo, tuvo que entrenar a los jinetes. La frase más repetida esa tarde fue: “suelta las riendas.” En Cristo, Dios nos ha hecho completamente libres: libres de la esclavitud del pecado, libres de las consecuencias del pecado, libres de la vergüenza y el dolor que produce el pecado. ¡Libres! Y ahora, después de darnos instrucciones claras de lo que a Él le agrada y de lo que Él espera de nosotros, tiene sobre nosotros las riendas muy sueltas, no para que hagamos lo que queramos, sino para que, con un suave movimiento de Su mano, estemos dispuestos a seguir Su dirección por el puro placer de serle agradables y con un corazón lleno de gratitud por Su gracia y bondad hacia nosotros.


6. El dominio propio. “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lucas 9:23).” Después de trabajar un buen rato con el caballo “militar”, abrieron la puerta del picadero. Eso en la mente de este caballo quería decir: “¡tiempo de comer!” o “¡tiempo de descansar!” En cuanto vio la puerta abierta ya no quería obedecer, sólo quería pasar por esa puerta e ir a la caballeriza a descansar. ¡Joanne no pensaba lo mismo! Así que montó al caballo y comenzó a hacerlo trotar o a dar vueltas, pero pasando justo al lado de la puerta. Esa tarde aprendió una importante lección: él está siendo entrenado para hacer lo que su dueño quiere y no su propia voluntad. El Señor Jesucristo nos hizo una invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí... sígame.” Pero hay una condición: ¡ignore la puerta! O en otras palabras, “niéguese a sí mismo, tome su cruz.” El Señor Jesucristo ha pagado un precio muy alto por nosotros: Su propia sangre. No nos pertenecemos a nosotros mismos, por lo tanto no estamos aquí para hacer nuestra propia voluntad, sino la de Aquél que “nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros (Efesios 5:2).”


La mayoría de los caballos tienen el deseo de agradar a sus dueños y de cumplir su voluntad. Sin embargo no todos los caballos son iguales; hay algunos que no están dispuestos a ser domados, entrenados o doblegados. En más de una ocasión Joanne se ha dado por vencida con más de un caballo. Pero esos caballos no sirven para nada, de ninguna manera podrías poner tu vida en sus manos. Simple y sencillamente son inútiles. Es igual entre los creyentes: hay creyentes que están más que dispuestos a hacer cualquier cosa por su Señor, sin embargo hay otros que de ninguna manera están dispuestos a ser moldeados, entrenados, transformados. Nunca estarían dispuestos a doblegar su voluntad a Dios y, por lo tanto, no son más que instrumentos inútiles, no sirven para nada. Yo quisiera ser como un buen caballo, con un espíritu enseñable, con mansedumbre y con un corazón deseoso de agradar y complacer a mi Señor.


Amado Padre, perdóname porque en muchas ocasiones sólo vivo para agradarme a mí misma y para hacer mi voluntad. Cámbiame, Señor, y ayúdame a ser dócil en Tus manos para que Tú puedas transformarme y hacerme cada día más como Tú eres. Amén.

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